domingo, 1 de marzo de 2015

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA. LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

En este segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio refiere la Transfiguración del Señor. La Transfiguración de Cristo nos enseña que tenemos que seguirle por el camino de la cruz, si queremos llegar con él a la gloria de la resurrección.


Tabor y Calvario, dos elevaciones, dos montes, son también dos modos de posicionarse  en la vida y frente a la vida. Desde la altura del Tabor todo es luz, resplandor, claridad, las  cosas pierden sus aristas y los acontecimientos su contrapunto. ¡Qué bien se está! Es la  tentación de quedarse en la idealización de la vida, en el gozo inmediato de la evasión, por  encima del bien y del mal, que queda como a los pies. Desde el monte Calvario, coronado  de cruces, la cosa cómo cambia.
1.     Oración:
Señor, Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

TEXTO:
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían del sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: Maestro, que bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
El milagro es que no transparenta su gloria toda su vida. Notemos algunos detalles:
1. Cristo se hallaba en oración. Cristo, ora intensamente, especial­mente en los momentos más impor­tantes de su vida: en el Jordán, después de haber sido bautizado (3, 21) y en estrecha relación con el cielo que se abre, con el Espíritu que desciende sobre él y con la voz que lo declara: Tú eres mi Hijo, el Amado; inme­diatamente antes de la elección de los Doce (6, 12); en conexión con la confesión de Pedro y el anuncio primero de la pasión (9, 18); aquí, en la Transfigu­ración; en Getse­maní, momentos antes del prendi­miento; en la Cruz… y, según algunos auto­res, du­rante toda la estancia en el desierto, tentado por el diablo, indicado en aquello de que era llevado por el Espíritu en el desierto durante cuarenta días, con tal dedicación a Dios que ni siquiera sen­tía la necesidad del alimento. ¿Por qué ese interés de Lucas de recordar así al Señor? Probablemente porque la unión con Dios es la más precisa y apro­piada caracterización del hombre de Dios, más, por supuesto, que el don de hacer milagros. De to­dos modos, como Hijo, Siervo y Profeta necesita es­tar en constante e íntima comunicación con Dios, Padre y Señor.
2. Moisés y Elías. Junto a Jesús, envueltos por su gloria, aparecen las figu­ras de Moisés y Elías: la Ley y los Profetas. Los profetas que testifican de Je­sús en el cumplimiento, profético y filial, de la misión que le encomendara el Padre de padecer y morir. De alguna forma, el testimonio global de ambos se orienta a los acontecimientos que van a tener lugar en Jerusalén: Pasión, Muerte, Resurrec­ción, Ascensión. Todo a modo de un solo y único aconteci­miento salvífico. La muerte no es el tér­mino; es, en la mente de Lucas, el paso obligado para la gloria. Jesús, una vez resucitado, recor­dará, a los discípulos de Emaús y en el Cenáculo, cómo todo ello estaba dicho en Moisés, los profetas y los salmos.
3. Palabras de Pedro. Siempre son interesantes las palabras de Pedro. Pe­dro representa al hombre espontáneo, humano, sin prejuicios, ante la revela­ción de Dios, con sus grandezas y debilidades. Pe­dro no comprende el misterio que presencian sus ojos. Pedro quiere hacer definitiva la felicidad que Dios le concede en aquel momento. Ese es su error. No ha caído en la cuenta de que Cristo está todavía en camino, y en camino nada menos que hacia Jerusalén. La Transfiguración es un alto en el camino, no la meta; es un alivio, una ayuda, no la coronación definitiva. Hay que seguir caminando. Lo que va a su­ceder en Jerusalén va a ser terrible. Hay que estar preparado. No recordaba Pedro -el Señor lo había indicado varias veces- que a la glo­ria había que ir a través de la Cruz. Verdadera­mente Pedro no sabía lo que decía. El sueño sim­bo­liza la poca comprensión del misterio.
4. Voz de lo alto. La voz explica el aconteci­miento: Este es mi Hijo; escu­chadle. Suceda lo que suceda: Este es mi Hijo. La palabra y la transfigu­ración declaran incontestablemente el misterio de Cristo como Hijo de Dios. Todo lo que él diga y todo lo que él haga es para nosotros Palabra firme de Dios. Cristo es el Revelador del Padre. El man­dato es explícito y claro: Escuchadle.
Así en todo lugar y en todo tiempo. Si la voz de lo alto es una evocación del texto de Isaías sobre el Siervo de Yavé, tendríamos aquí una alusión a la Pa­sión del Señor. El misterio de Cristo, como hijo de Dios, no está separado del misterio de su misión como Siervo.



Oración universal




·                                 1. Para que la gracia de Cristo brille sobre las Iglesias desunidas y la transfigure. Roguemos al Señor.
 
·                                 2. Para que la gracia de Dios brille sobre los pueblos dispersos, marginados, y la esperanza los transfigure. Roguemos al Señor.
 
·                                 3. Para que en esta Cuaresma los pecadores regresen a la Iglesia y estén activos en ella. Roguemos al Señor.
 
·                                 4. Para que la gracia de Cristo brille sobre nosotros y sepamos morir para después resucitar con Él. Roguemos al Señor.


Exhortación final

Te bendecimos, Padre, porque Cristo en su transfiguración, después de haber anunciado a sus discípulos su pasión y muerte, les mostró en el monte santo el resplandor de su divinidad, como un anticipo y testimonio del camino de la resurrección.
Al revelar en sí mismo la gloria futura, fortalece nuestra fe ante el escándalo de la cruz y alienta nuestra esperanza.
Concédenos, Señor, ir a tu encuentro en la montaña, dejar nuestras sendas trilladas, escuchar a Jesús, tu palabra, y caminar con él hacia ti en la llanura cotidiana de la vida; porque, siguiéndolo, la renuncia es libertad de espíritu y la muerte es vida que anticipa la resurrección. Amén



No hay comentarios:

Publicar un comentario