domingo, 13 de diciembre de 2015

ABRIMOS NUESTRO CORAZÓN EN ADVIENTO.

Hablar es cosa fácil, no así el escuchar, sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo una lengua. Oír como quien oye llover. Oía campanas sin saber de dónde, también resulta sencillo. No así lo de escuchar.
 Ponerse a la escucha de alguien es, rechazar todo lo que puede distraer nuestros oídos, nuestra mente, nuestro espíritu. Acallar los tumultos interiores, alejar las interferencias que dispersan la atención y distorsionan la palabra que el otro me dirige. Escuchar es hacer un silencio lo suficientemente denso como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú eres mi centro¡, ¡Mi meta¡, ¡Mi carrera me lleva únicamente a ti!
Ponerse a la escucha de alguien es apartar la mirada de uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al cara a cara, como diciendo: ¡Aquí estoy¡ ¡No existe para mí ningún otro interés! ¡ Estoy listo para percibir hasta el susurro de tu palabra! Escuchar abrir de par en par todas las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar tanta alambrada y frontera tras de las que nos parapetamos. Escuchar a alguien es descuidarme a mí y preferir al otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y acogerlo. Es recibir al otro, son sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos; con sus filias y sus fobias. Adviento es el tiempo de la escucha porque es el tiempo en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar entre nosotros.
 Adviento es el tiempo en el que todos los que escuchan la Palabra aprenden a cambiar sus tinieblas en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a su escucha, se arriesgan a hacer un camino hacia la luz. El tiempo en que los hombres escuchan al Señor por el altavoz de cada prójimo.
 Es cuando todo lo que endurece los corazones de derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de uno palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de uno actitudes nuevas... Así nace el Otro en uno. Por eso, porque... ¡Adviento es tiempo de nacer!

¡Corazón abierto, para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiera decirme, que no siempre es aquello que yo quiero que me diga! Él es el Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como a una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno en la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es amor concreto! De persona a persona: El Señor, persona, me mira a mí, persona. Dejarse encontrar por el Señor es justamente esto: ¡dejarse amar por el Señor!
Comenzamos este camino con la oración, la caridad y la alabanza, a corazón abierto, para que el Señor nos encuentre.
PROPÓSITO DE LA SEMANA.

Aprendamos a escuchar a los demás. Todos tenemos cosas que decirnos y escuchando nos acercamos a Dios ya que abrimos nuestro ser a algo nuevo. Por la noche, en silencio crucemos las manos una sobre la otra en el centro de nuestro pecho. Seguramente este gesto fue muy repetido por María desde el momento en el que Dios entró en su vida. Este es el gesto de cerrar la puerta en un momento de su vida a los ruidos exteriores y querer entrar en su interior para proteger la semilla que Dios había puesto en su vida. Sólo encontraremos a Dios en nuestro interior, en nuestro corazón. APRENDAMOS A ESCUCHAR.


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