Hablar es cosa fácil, no
así el escuchar, sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo una
lengua. Oír como quien oye llover. Oía campanas sin saber de dónde, también
resulta sencillo. No así lo de escuchar.
Ponerse a la escucha de alguien es, rechazar
todo lo que puede distraer nuestros oídos, nuestra mente, nuestro espíritu.
Acallar los tumultos interiores, alejar las interferencias que dispersan la
atención y distorsionan la palabra que el otro me dirige. Escuchar es hacer un
silencio lo suficientemente denso como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú
eres mi centro¡, ¡Mi meta¡, ¡Mi carrera me lleva únicamente a ti!
Ponerse a la escucha de
alguien es apartar la mirada de uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al
cara a cara, como diciendo: ¡Aquí estoy¡ ¡No existe para mí ningún otro
interés! ¡ Estoy listo para percibir hasta el susurro de tu palabra! Escuchar
abrir de par en par todas las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar
tanta alambrada y frontera tras de las que nos parapetamos. Escuchar a alguien
es descuidarme a mí y preferir al otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y
acogerlo. Es recibir al otro, son sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos;
con sus filias y sus fobias. Adviento es el tiempo de la escucha porque es el
tiempo en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar
entre nosotros.
Adviento es el tiempo en el que todos los que
escuchan la Palabra
aprenden a cambiar sus tinieblas en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a
su escucha, se arriesgan a hacer un camino hacia la luz. El tiempo en que los
hombres escuchan al Señor por el altavoz de cada prójimo.
Es cuando todo lo que endurece los corazones
de derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de uno
palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de uno
actitudes nuevas... Así nace el Otro en uno. Por eso, porque... ¡Adviento es
tiempo de nacer!
¡Corazón abierto, para que Él me encuentre! Y
me diga aquello que Él quiera decirme, que no siempre es aquello que yo quiero
que me diga! Él es el Señor y Él me dirá lo que tiene para
mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como a una masa. ¡No, no! Nos
mira a cada uno en la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así,
abstracto: ¡es amor concreto! De persona a persona: El Señor, persona, me mira
a mí, persona. Dejarse encontrar por el Señor es justamente esto: ¡dejarse amar
por el Señor!
Comenzamos este camino con la oración, la caridad y la alabanza, a
corazón abierto, para que el Señor nos encuentre.
PROPÓSITO DE LA SEMANA.
Aprendamos a escuchar a los demás. Todos tenemos cosas que decirnos y
escuchando nos acercamos a Dios ya que abrimos nuestro ser a algo nuevo. Por la
noche, en silencio crucemos las manos una sobre la otra en el centro de nuestro
pecho. Seguramente este gesto fue muy repetido por María desde el momento en el
que Dios entró en su vida. Este es el gesto de cerrar la puerta en un momento
de su vida a los ruidos exteriores y querer entrar en su interior para proteger
la semilla que Dios había puesto en su vida. Sólo encontraremos a Dios en
nuestro interior, en nuestro corazón. APRENDAMOS A ESCUCHAR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario