En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y
les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El
que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A
los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno
mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Empieza el tiempo del
Espíritu, el hombre llevado por este viento, puede ansiar llegar al cielo,
vislumbrar el objetivo supremo de la vida humana, intentar ser Hombre Nuevo,
superar la pesadez de una vida plantada en la tierra, buscar la transcendencia.
Es un esfuerzo que durará toda la vida. Que la fiesta de la Ascensión nos anime a
aspirar a lo más alto, a tirar del mundo y de nosotros hacia arriba, en esa
ilusionada y a veces dura marcha de la humanidad hacia los cielos nuevos y la
tierra nueva, en los que habite la justicia. No somos tan pretenciosos como
Ícaro, aunque hemos creado aviones y naves que llegan cerca del sol, sabemos
que dependemos de la fuerza del Espíritu y él nos permite soñar y volar.
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