HOY,
FESTIVIDAD DE LA DIVINA MISERICORDIA ,
HAN SIDO ELEVADOS A LA SANTIDAD A
DOS PAPAS : JUAN XXIII Y JUAN PABLO II
El
proceso de canonización
El camino hacia
la santidad tiene varios escalones: el primero es venerable siervo de Dios, el
segundo beato y el tercero santo.
Venerable
Siervo de Dios es el título que se da a una persona muerta a la que se reconoce
haber vivido las virtudes de manera heroica.
Para que un
venerable sea beatificado es necesario que se haya producido un milagro debido
a su intercesión y para que sea canonizado (santo) es necesario un segundo
milagro. Ese segundo milagro debe ocurrir después de ser proclamado beato.
El
pronunciamiento de los cardenales y obispos llegó después que la consulta
médica y la comisión de teólogos ya habían dado su beneplácito.
El rito de canonización se
hace en durante los ritos iniciales de la misa.
Durante la procesión de entrada se entonan las letanías de los santos.
Una vez que el papa saluda al pueblo (La paz esté con ustedes), el Prefecto dela
Congregación de las Causas de los Santos, acompañado por los
postuladores se acerca al Santo Padre y hace la primera petición de
canonización. Tras esta petición, pide a todos que recen en silencio. Este
momento lo termina con una oración.
Inmediatamente, el Prefecto le hace una segunda petición de canonización. El Santo Padre invoca al Espíritu Santo y se inicia el canto del Veni Creator, para que el Espíritu ilumine al papa.
Concluido el Veni Creator, el Prefecto para las Causas de los Santoa hace una tercera parición de canonización de los beatos.
Entonces el Santo Padre pronuncia la fórmula solemne de la canonización, que es la siguiente:
“Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem fidei catholicae et vitae christianae incrementum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, beatorum Apostolorum Petri et Pauli ac Nostra, matura deliberatione praehabita et divina ope saepius implorata, ac de plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XIII et Ioanne Paulum II, Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus, statuentes eum in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.”
Su traducción es esta:
“En honor ala Santísima Trinidad ,para
exaltación de la fe católicay crecimiento de la vida cristiana,con la autoridad
de nuestro Señor Jesucristo,de los Santos Apóstoles Pedro y Pabloy la Nuestra ,después de haber
reflexionado largamente,invocando muchas veces la ayuda divinay oído el
parecerde numerosos hermanos en el episcopado,declaramos y definimos Santosa
los BeatosJuan XXIII y Juan Pablo II,y los inscribimos en el Catálogo de los
Santos,y establecemos que en toda la
Iglesia sean devotamente honrados entre los Santos.En el
nombre del Padre y del Hijoy del Espíritu Santo.”
Después se canta un triple amén seguido del Iubilate Deo. Mientras eso sucede, se llevan las reliquias de los nuevos santos al altar, donde son incensadas por un diácono.
Tras lo anterior, el Prefecto dela Congregación de las
Causas de los Santos, acompañado de los Postuladores de las Causas, agradece al
Santo Padre:
“Beatísimo Padre,En nombre dela Santa Iglesia
agradezco a Vuestra Santidadla proclamación hecha,y pido humildemente
dispongaque sea publicada la Carta Apostólicade la Canonización.”
A lo que el Santo Padre responde: “Lo ordenamos.”
En ese momento inicia el canto del Gloria y la misa sigue como de costumbre.
Durante la plegaria eucarística ya se menciona el nombre de los santos. Se usará la plegaria III y se dirá: “Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María,la
Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los
mártires, con san Juan y san Juan Pablo y todos los santos, por cuya
intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.”
Una vez que el papa saluda al pueblo (La paz esté con ustedes), el Prefecto de
Inmediatamente, el Prefecto le hace una segunda petición de canonización. El Santo Padre invoca al Espíritu Santo y se inicia el canto del Veni Creator, para que el Espíritu ilumine al papa.
Concluido el Veni Creator, el Prefecto para las Causas de los Santoa hace una tercera parición de canonización de los beatos.
Entonces el Santo Padre pronuncia la fórmula solemne de la canonización, que es la siguiente:
“Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem fidei catholicae et vitae christianae incrementum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, beatorum Apostolorum Petri et Pauli ac Nostra, matura deliberatione praehabita et divina ope saepius implorata, ac de plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XIII et Ioanne Paulum II, Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus, statuentes eum in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.”
Su traducción es esta:
“En honor a
Después se canta un triple amén seguido del Iubilate Deo. Mientras eso sucede, se llevan las reliquias de los nuevos santos al altar, donde son incensadas por un diácono.
Tras lo anterior, el Prefecto de
“Beatísimo Padre,En nombre de
A
En ese momento inicia el canto del Gloria y la misa sigue como de costumbre.
Durante la plegaria eucarística ya se menciona el nombre de los santos. Se usará la plegaria III y se dirá: “Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María,
Juan XXIII, el 'papa bueno', fue beatificado en 2000 por el mismo pontífice con
el que compartirá canonización el
próximo 27 de abril, Juan Pablo II. A Angelo Giuseppe Roncalli, que falleció
en 1963, se le atribuyen varios milagros, pero solo
uno de ellos ha sido reconocido por el Vaticano.
El milagro tuvo lugar en 1966 gracias a la curación de una religiosa,
Caterina Capitani, que padecía una enfermedad estomacal incurable:
perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda.
Pero, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la Capitani , le
colocaron una imagen del Papa en el estómago. A los pocos minutos, la monja, a la
que ya habían dado la
extremaunción, se recuperó y pidió de comer. La comisión de teólogos
de la Congregación
para la Causa
de los Santos del Vaticano reconocería el milagro al
no poder justificar los médicos el milagro de Capitani. Se escapaba a los ojos
de la ciencia.
La monja relataría después su experiencia en primera persona. Capitani
aseguró que el propio Juan XXIII se sentó al pie de su cama de enferma,
diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Tras su recuperación, los
médicos de Nápoles que la atendían decidieron practicarle una radiografía a su
estómago. La prueba constató la desaparición completa de la
enfermedad. No le
quedaban señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de
médicos calificó de "inexplicable científicamente" la curación de la
religiosa.
"El segundo
milagro de Juan Pablo II fue curar a una mujer de Costa Rica", declaró el
vocero del Vaticano, padre Federico Lombardi, tras anunciar que el papa
Francisco autorizó las canonizaciones tanto de Juan Pablo II (1978-2005) como
de Juan XXIII (1958-1963).
Sobre el milagro que
lleva al polaco Wojtyla a la santidad, Lombardi confirmó que se trata de
la curación de una mujer de Costa Rica que padecía un aneurisma cerebral,
del que se curó de manera inexplicable para la ciencia al parecer el 1 de
mayo de 2011, el mismo día en que Juan Pablo II fue beatificado.
La mujer, llamada
Floribeth Mora, vive en la comunidad de Tres Ríos, en la provincia de
Cartago.
Desde Costa Rica, el
obispo de San José, José Rafael Quirós, dijo que el reconocimiento del
segundo milagro atribuido a Juan Pablo II sobre una mujer de ese país fue
“un hermoso regalo de Dios” recibido con júbilo por el pueblo costarricense.
“Este hecho histórico,
inédito y extraordinario es un hermoso regalo de Dios para el mundo y
especialmente para los costarricenses, quienes tenemos razones de sobra
para estar felices y para dar testimonio de nuestra fe”, dijo el obispo.
Juan Pablo II, que fue
papa desde el 16 de octubre de 1978 al 2 de abril de 2005, fue
beatificado el 1 de mayo de 2011 por Benedicto XVI.
Según trascendidos
previos, el segundo hecho que convertía a Wojtila en santo estaba relacionado
con una mujer italiana que sufría cáncer y que se curó de manera inexplicable
para la ciencia el 1º de mayo de 2011, el mismo día de la beatificación del
papa peregrino.
Juan XXIII
(Sotto il Monte, 1881 -
Roma, 1963) Pontífice romano, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli. Era el tercer
hijo de los once que tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola,
campesinos de antiguas raíces católicas, y su infancia transcurrió en una
austera y honorable pobreza. Parece que fue un niño a la vez taciturno y
alegre, dado a la soledad y a la lectura. Cuando reveló sus deseos de
convertirse en sacerdote, su padre pensó muy atinadamente que primero debía
estudiar latín con el viejo cura del vecino pueblo de Cervico, y allí lo envió.
Juan XXIII
Lo cierto es que, más
tarde, el latín del papa Roncalli nunca fue muy bueno; se cuenta que, en una
ocasión, mientras recomendaba el estudio del latín hablando en esa misma
lengua, se detuvo de pronto y prosiguió su charla en italiano, con una sonrisa
en los labios y aquella irónica candidez que le distinguía rebosando por sus
ojos.
Por fin, a los once
años ingresaba en el seminario de Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los
sacerdotes que formaba más que por su brillantez. En esa época comenzaría a
escribir su Diario del alma,
que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es
un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus
sentimientos.
En 1901, Roncalli pasó
al seminario mayor de San Apollinaire reafirmado en su propósito de seguir la
carrera eclesiástica. Sin embargo, ese mismo año hubo de abandonarlo todo para
hacer el servicio militar; una experiencia que, a juzgar por sus escritos, no
fue de su agrado, pero que le enseñó a convivir con hombres muy distintos de
los que conocía y fue el punto de partida de algunos de sus pensamientos más
profundos.
El futuro Juan XXIII
celebró su primera misa en la basílica de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al
día siguiente de ser ordenado sacerdote. Un año después, tras graduarse como
doctor en Teología, iba a conocer a alguien que dejaría en él una profunda
huella: monseñor Radini Tedeschi. Este sacerdote era al parecer un prodigio de
mesura y equilibrio, uno de esos hombres justos y ponderados capaces de
deslumbrar con su juicio y su sabiduría a todo ser joven y sensible, y Roncalli
era ambas cosas. Tedeschi también se sintió interesado por aquel presbítero
entusiasta y no dudó en nombrarlo su secretario cuando fue designado obispo de
Bérgamo por el papa Pío X. De esta forma, Roncalli obtenía su primer cargo importante.
Dio comienzo entonces
un decenio de estrecha colaboración material y espiritual entre ambos, de
máxima identificación y de total entrega en común. A lo largo de esos años,
Roncalli enseñó historia de la
Iglesia , dio clases de Apologética y Patrística, escribió
varios opúsculos y viajó por diversos países europeos, además de despachar con
diligencia los asuntos que competían a su secretaría. Todo ello bajo la
inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien siempre consideró un
verdadero padre espiritual.
En 1914, dos hechos
desgraciados vinieron a turbar su felicidad. En primer lugar, la muerte
repentina de monseñor Tedeschi, a quien Roncalli lloró sintiendo no sólo que él
perdía un amigo y un guía, sino que a la vez el mundo perdía un hombre extraordinario
y poco menos que insustituible. Además, el estallido de la Primera Guerra
Mundial fue un golpe para sus ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su
formación, pues hubo de incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo,
Roncalli aceptó su destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la
causa de la paz y de la
Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y
teniente capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con
sus propios ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba
a hombres, mujeres y niños inocentes.
Concluida la contienda,
fue elegido para presidir la
Obra Pontificia de la Propagación de la Fe y pudo reanudar sus viajes y sus estudios. Más
tarde, sus misiones como visitador apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia lo
convirtieron en una especie de embajador del Evangelio en Oriente,
permitiéndole entrar en contacto, ya como obispo, con el credo ortodoxo y con
formas distintas de religiosidad que sin duda lo enriquecieron y le
proporcionaron una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica
no iba a tardar en beneficiarse.
Durante la Segunda Guerra
Mundial, Roncalli se mantuvo firme en su puesto de delegado apostólico,
realizando innumerables viajes desde Atenas y Estambul, llevando palabras de
consuelo a las víctimas de la contienda y procurando que los estragos
producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben que si Atenas no fue
bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural destruido, ello se
debe a este en apariencia insignificante cura, amable y abierto, a quien no
parecían interesar mayormente tales cosas.
Una vez finalizadas las
hostilidades, fue nombrado nuncio en París por el papa Pío XII. Se trataba de
una misión delicada, pues era preciso afrontar problemas tan espinosos como el
derivado del colaboracionismo entre la jerarquía católica francesa y los
regímenes pronazis durante la guerra. Empleando como armas un tacto admirable y
una voluntad conciliadora a prueba de desaliento, Roncalli logró superar las
dificultades y consolidar firmes lazos de amistad con una clase política
recelosa y esquiva.
En 1952, Pío XII le
nombró patriarca de Venecia. Al año siguiente, el presidente de la República Francesa ,
Vicent Auriol, le entregaba la birreta cardenalicia. Roncalli brillaba ya con
luz propia entre los grandes mandatarios de la Iglesia. Sin embargo,
su elección como papa tras la muerte de Pío XII sorprendió a propios y
extraños. No sólo eso: desde los primeros días de su pontificado, comenzó a
comportarse como nadie esperaba, muy lejos del envaramiento y la solemne
actitud que había caracterizado a sus predecesores.
Para empezar, adoptó el nombre de Juan XXIII, que
además de parecer vulgar ante los León, Benedicto o Pío, era el de un famoso
antipapa de triste memoria. Luego, abordó su tarea como si se tratase de un
párroco de aldea, sin permitir que sus cualidades humanas quedasen enterradas
bajo el rígido protocolo, del que muchos papas habían sido víctimas. Ni
siquiera ocultó que era hombre que gozaba de la vida, amante de la buena mesa,
de las charlas interminables, de la amistad y de las gentes del pueblo.
Como pontífice dio un
nuevo planteamiento al ecumenismo católico con el Secretariado para la Unidad de los Cristianos y
el acogimiento en Roma de los supremos jerarcas de cuatro Iglesias
protestantes. Su pontificado abrió nuevas perspectivas a la vida de la Iglesia y, aunque no se
dieron cambios radicales en la estructura eclesiástica, promovió una renovación
profunda de las ideas y las actitudes.
Su propósito pronto fue
claro para todos: poner al día la
Iglesia , adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando
pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y
sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos
herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater
et Magistra yPacem in
terris. En la primera explicitaba las bases de un orden económico centrado
en los valores del hombre y en la atención de las necesidades, hablando
claramente del concepto "socialización" y abriendo para los católicos
las puertas de la intervención en unas estructuras socioeconómicas que debían
ser cada vez más justas.
En la segunda se
delineaba una visión de paz, libertad y convivencia ciudadana e internacional
vinculándola al amor que Cristo manifestó por el género humano en la Última
Cena. Ambas encíclicas suponían una revolución copernicana en la visión
católica de los problemas temporales, pues aceptaban la herencia de la Revolución Francesa
y de la democracia moderna, haciendo de la dignidad del hombre el centro de
todo derecho, de toda política y de toda dinámica social o económica.
Poco antes de su
muerte, acaecida el 3 de junio de 1963, Juan XXIII aún tuvo el coraje de
convocar un nuevo concilio que recogiese y promoviese esta valerosa y necesaria
puesta al día de la Iglesia :
el Concilio Vaticano II. A través de él, el papa Roncalli se proponía, según
sus propias palabras, "elaborar una nueva Teología de los misterios de
Cristo. Del mundo físico. Del tiempo y las relaciones temporales. De la
historia. Del pecado. Del hombre. Del nacimiento. De los alimentos y la bebida.
Del trabajo. De la vista, del oído, del lenguaje, de las lágrimas y de la risa.
De la música y de la danza. De la cultura. De la televisión. Del matrimonio y de
la familia. De los grupos étnicos y del Estado. De la humanidad toda".
Se trataba de una tarea
de titanes que sólo un hombre como Juan XXIII fue capaz de concebir e impulsar,
y que sus herederos recibirían como un legado a la vez imprescindible y comprometedor.
Pablo VI, su sucesor y amigo, declaró tras ser elegido nuevo pontífice que la
herencia del papa Juan no podía quedar encerrada en su ataúd. Él se atrevió a
cargarla sobre sus hombros y pudo comprobar que no era ligera.
Juan Pablo II
(Wadowice, Cracovia,
1920 - Roma, 2005) Sacerdote polaco, de nombre Karol Wojtyla, elegido Papa en
octubre de 1978 mientras ocupaba el puesto de cardenal-arzobispo de Cracovia;
fue primer pontífice no italiano en más de cuatro siglos.
Era hijo de un oficial
de la administración del Ejército polaco y de una maestra de escuela. De joven
practicó el atletismo, el fútbol y la natación. Fue también un estudiante
excelente, y presidió diversos grupos estudiantiles. Desarrolló, además, una
gran pasión por el teatro, y durante algún tiempo aspiró a estudiar Literatura
y convertirse en actor profesional.
Durante la ocupación
nazi, compaginó sus estudios y su labor de actor, con el trabajo de obrero en
una fábrica, para mantenerse y para evitar su deportación o encarcelamiento.
Fue miembro activo de la UNIA ,
organización democrática clandestina que ayudaba a muchos judíos a encontrar
refugio y escapar de la persecución nazi.
Juan Pablo II
En tales
circunstancias, la muerte de su padre le causó un profundo dolor. La lectura de
San Juan de la Cruz ,
que entonces buscó como consuelo, y la heroica conducta de los curas católicos
que morían en los campos de concentración nazi fueron decisivas para que
decidiera seguir el camino de la fe. Mientras se recuperaba de un accidente, el
futuro pontífice decidió seguir su vocación religiosa, y en 1942 comenzó sus
estudios sacerdotales. Ordenado sacerdote el 1.º de noviembre de 1946, amplió
sus estudios en Roma y obtuvo el doctorado en Teología en el Pontifico Ateneo
Angelicum. De regreso a Polonia, desarrolló una doble tarea, por un lado
pastoral, llevada a cabo en diversas parroquias obreras de Cracovia, y por otro
lado intelectual, impartiendo clases de Ética en la Universidad Católica
de Lublin y en la Facultad
de Teología de Cracovia.
En 1958 fue nombrado
auxiliar del arzobispo de Cracovia, a quien sucedió en 1964. Ya en esa época,
era un líder visible que a menudo asumía posiciones críticas contra el comunismo
y los funcionarios del gobierno polaco. Durante el Concilio Vaticano II destacó
por sus intervenciones sobre el esquema eclesiástico y el texto sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo.
En 1967 el Papa Pablo VI lo
nombró cardenal, y el 16 de octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, fue
elegido para suceder al papa Juan Pablo I, fallecido tras treinta y cuatro días
de pontificado. De este modo, se convirtió en el primer Papa no italiano desde
1523 y en el primero procedente de un país del bloque comunista.
Desde sus primeras
encíclicas, Redemptoris
hominis(1979), y Dives in
misericordia (1980), exaltó
el papel de la Iglesia
como maestra de los hombres y destacó la necesidad de una fe robusta, arraigada
en el patrimonio teológico tradicional, y de una sólida moral, sin mengua de
una apertura cristiana al mundo del siglo XX. Denunció la Teología de la Liberación , criticó la
relajación moral y proclamó la unidad espiritual de Europa.
El 13 de mayo de 1981
sufrió un grave atentado en la
Plaza de San Pedro del Vaticano, donde resultó herido por los
disparos del terrorista turco Mehmet Ali Agca. A raíz de este suceso, el Papa
tuvo que permanecer hospitalizado durante dos meses y medio. El 13 de mayo de
1982 sufrió un intento de atentado en el Santuario de Fátima durante su viaje a
Portugal. Sin embargo, el pontífice continuó con su labor evangelizadora,
visitando incansablemente diversos países, en especial los pueblos del Tercer
Mundo (África, Asia y América del Sur).
Igualmente, siguió manteniendo contactos con
numerosos líderes religiosos y políticos, destacando siempre por su carácter
conservador en cuestiones sociales y por su resistencia a la modernización de
la institución eclesiástica. Entre sus encíclicas cabe mencionar: Laborem exercens (El hombre en su trabajo,
1981); Redemptoris mater (La madre del Redentor, 1987); Sollicitudo rei socialis (La preocupación social, 1987); Redemptoris missio (La misión del Redentor, 1990)
y Centessimus annus (El centenario, 1991).
Entre sus exhortaciones
y cartas apostólicas destacan Catechesi
tradendae (Sobre la
catequesis, hoy, 1979); Familiaris
consortio (La familia, 1981);Salvifici
doloris (El dolor salvífico,
1984); Reconciliato et
paenitentia (Reconciliación y
penitencia, 1984);Mulieris dignitatem (La
dignidad de la mujer, 1988);Christifidelis laici (Los fieles cristianos, 1988) yRedemptoris
custos (El custodio del
Redentor, 1989).En Evangelium vitae (1995),
trató las cuestiones del aborto, las técnicas de reproducción asistida y la
eutanasia. Ut unum sint (Que todos sean uno), de 1995, fue la
primera encíclica de la historia dedicada al ecumenismo. En 1994 publicó el
libro Cruzando el umbral de la
esperanza.
El pontificado de Juan
Pablo II no ha estado exento de polémica. Su talante tradicional le ha llevado
a sostener algunos enfoques característicos del catolicismo conservador, sobre
todo en lo referente a la prohibición del aborto y los anticonceptivos, la
condena del divorcio y la negativa a que las mujeres se incorporen al
sacerdocio. Sin embargo, también ha sido un gran defensor de la justicia social
y económica, abogando en todo momento por la mejora de las condiciones de vida
en los países más pobres del mundo.
Tras un proceso de
intenso deterioro físico, que le impidió cumplir en reiteradas ocasiones con
sus apariciones públicas habituales en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II
falleció el 2 de abril de 2005. Su desaparición significó para algunos la
pérdida de uno de los líderes más carismáticos de la historia contemporánea;
para otros implicó la posibilidad de imaginar una Iglesia católica más acorde a
la sociedad moderna. En cualquier caso, su muerte ocurrió en un momento de
revisionismo en el seno de la institución, de una evaluación sobre el
protagonismo que tiene en el mundo de hoy y el que pretende tener en el del
futuro. Su sucesor,Benedicto XVI, anunció ese mismo año el
inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo II, que tuvo lugar el 1 de
mayo de 2011.
Este es el texto completo de la homilía que
pronunció el Papa Francisco durante la ceremonia:
“En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar
a la Divina Misericordia, están las llagas
gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la
misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás
aquella tarde no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al
Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo
creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio
de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar
sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a
comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor
mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también
la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas
no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del
amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para
creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia,
fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas
nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).
San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las
heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se
avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz;
no se avergonzaron de la carne del hermano (cf. Is 58,7), porque en cada
persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la
parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la
bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus
tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte
la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue
más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más
fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y
testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo
inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado
da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza
y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento,
de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la
amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas
santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron
abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera
comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de
los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia del
Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio
Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con
el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía
originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.
No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan
adelante y hacen crecer la
Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII
demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un
guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia ; fue el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa
de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le
habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo
ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las
familias, un camino que él, desde el Cielo,
ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan
por la Iglesia ,
para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo
en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no
escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la
misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.